Las vidas que te prometí


Permítanme que les aclare, antes que nada, que Susana Rizo, la Sianeta, es amiga. Si no amiga de las de intimidad, trato constante y confidencias (porque, para empezar, nos separan unos cuantos kilómetros), amiga de esas con las que se coincide en espacios comunes (aunque sean virtuales) y con la que se ha charlado, debatido y disfrutado muchas veces por muchos años ya. Amiga por el mero azar de recalar en el mismo puerto (virtual, insisto) y compartir desde hace tiempo paseos y rincones por las redes. Vaya por delante también que, aunque seguramente tengamos entre nada y menos en común, siempre me ha inspirado cariño y respeto, porque es de esas personas que consiguen, con un carácter tranquilo, prudente, educado y afable dejar una huella profunda que a todo aquel que tropiece con ella le parecerá inequívocamente hermosa. Como hermosa resulta también, de un modo rotundo, esta novela suya que nos ocupa.

Susana Rizo, documentalista, bibliotecaria, montañera y escritora, consiguió con su obra Las vidas que te prometí dos hazañas al mismo tiempo. La primera, alzarse con el premio Feel Good de Plataforma Editorial y Obra Social La Caixa en 2018. La segunda, tejer una historia que es la perfecta demostración de la simplicidad de la belleza. O de la belleza de la simplicidad. Y esto último, para una desnortada como la que les habla (aspirante a “narradora profesional”), incapacitada genéticamente para la síntesis, acumuladora obsesiva de personajes, liadora de tramas y subtramas, adicta a los diálogos eternos y, por si no habían caído, con claras tendencias a la frase infinita y el abuso del adjetivo, resulta una proeza inalcanzable. Un motivo de sana envidia. Un pasmo de esos de los que obligan a quitarse el sombrero.

Porque no hay nada más bello y más auténtico que construir una historia de lo sencillo, sin artificios ni florituras, logrando, además, revestirla de tanta magia. De la magia de lo simple, de lo real, de lo cotidiano, de lo que todos somos capaces de entender y hacer nuestro. De lo que nos toca la fibra de inmediato. Por eso la historia de Max e Ingrid es tan extraordinaria. Porque es sincera, emotiva, agridulce y, sobre todo, honesta. Porque no se enreda en grandilocuencias y, al mismo tiempo, está en las antípodas de esa cursilería obscena que parece invadirlo todo últimamente. Ingrid y Max, gracias a la sensibilidad de su creadora, nos ofrecen el relato de su amistad, del lazo poderoso que surge entre una anciana delicada, paciente y sabia y un chiquillo lleno de inocencia, de imaginación y de preguntas. Un lazo que va más allá de la sangre. Asistimos a la progresiva transformación de esa residencia de la tercera edad, que pasa de última morada llena de nostalgia, de antesala del fin, de rutina sin pena ni gloria, a patio de juegos en el que se va colando la luz, el bullicio y la alegría. Vemos a esos improvisados abuelos encontrar la esperanza de que cada nuevo día tenga un sentido, una razón de ser, a medida que su quietud y su modorra van cediendo ante el empuje de la vitalidad de los niños. Y en ese geriátrico que se reinventa en guardería, terminan dándose la mano los finales y los principios, contagiándose, acoplándose, completándose de un modo conmovedor.

Las vidas que te prometí es un sendero que recorren los que ya lo han visto todo con los que tienen todo por descubrir. Un canto a la aceptación de lo hermoso y de lo trágico que consigue sobreponerse incluso a la crudeza, a la pérdida, al estupor que nos causa la fatalidad y al enfado que nos provoca ese azar inflexible que puede torcerlo todo. Pero, por encima de cualquier otra consideración, es una bonita historia. Lo exquisito de lo sencillo.

Comentarios

  1. Querida Lenka, me ha producido una enorme sorpresa ver tu artículo, además de una gran ilusión, precisamente porque proceden de alguien como tú, cuya prosa admiro desde hace muchos años. Es precisamente ese estilo lo que te hace única y lo que, como te he dicho varias veces, te llevará todo lo lejos que desees. Me encanta que te haya gustado esta obra que escribí en la intimidad, para los cercanos, y ha acabado conectando tantas sensaciones que yo no podía imaginar. Un abrazo grande y muchas gracias. Susana (Sianeta)

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    1. Tu novela es una delicia, no me canso de decirlo. Es tan auténtica, y está tan llena de ternura... y de algo que solo puedo describir como "elegancia". No sé definirla mejor. Es elegante de principio a fin, y profundamente bonita. Es de esas novelas que se devoran y se acompañan de cafés y buenos recuerdos. De las que dejan un sabor agridulce y una sensación preciosa de haberse asomado a una relación única. Es como compartir un secreto. Enhorabuena, de corazón, y gracias por compartirla con nosotros, Sianeta. Un abrazo.

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    2. Por cierto, mis disculpas por esa foto tan mala!!! Tuve que hacerla con el móvil, y mi móvil es una auténtica y genuina patata XD Encima se me ocurrió intentar ponerme "artística", así que ahí está la cajita de colores de mi abuela, uno de sus dedales, mi estuche viejo de las gafas y el cuenco con las gominolas de mis hijos (jajajaja, lo mío es todo así!) No encontré otra manera de representar a Max e Ingrid, la niñez y la vejez. En mi cabeza tenía sentido, pero la verdad es que entre las maravillosas fotos de Inés que embellecen este humilde blog... menuda osadía la mía!!! XD

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  2. Con un comentario así a ver quién se resiste a leer el libro.

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    1. No tengas la menor duda: merece la pena. No solo es una buena novela, es una historia preciosa, y esas no son fáciles de encontrar. Te animo a que no te resistas! ;)

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