El vecino de abajo

Hace más años de los que me gustaría, recién cumplidos los veinticinco, estrenaba yo la rotunda ilusión de firmar mi primer contrato laboral serio. El Ayuntamiento de Gijón, mi ciudad natal, me ofrecía, a través de un taller de empleo, la oportunidad de trabajar y recibir formación durante un año, lo cual, en aquellos tiempos aciagos (que, aunque yo no lo sabía entonces, no mejorarían gran cosa en el futuro) era poco menos que un sueño. Junto a otras mujeres de diferentes edades y perfiles (Trabajadoras Sociales, Enfermeras de Psiquiatría, Profesoras, Psicólogas, Pedagogas…) tendríamos que desarrollar las actividades y rutinas de una especie de Centro de Día para chavales, de entre catorce y veintipocos años. Un Centro que llevaba ya varios cursos funcionando de esa manera: con la ilusión de personas rescatadas del paro que recibían doce meses de indulto para ejercer su vocación. No me extenderé mucho más sobre el tema, más allá de decir que fue una experiencia hermosa, y que parte de la culpa la tuvo Luis Sepúlveda...

Comentarios

Las Musas