Cuarenpena
−No, quieto −rogó ella, alzando
la mano cuando él se acercó para besarla−. Tengo que ducharme primero. Es
que... me tiemblan las piernas.
−¿Un café? No creo que te quite
el sueño después de doblar turno... otra vez.
No era un reproche y ambos lo
sabían. Elena dejó caer el bolso y se acodó sobre la mesa.
−Ya me iba cuando Alfredo se
empeñó en que no aguantaba más −relató, frotándose las sienes−. Ya sabes que es
todo un líder, nos temíamos que si se abría fuera como un alud: todos detrás.
−Pero, saben que si salen no
pueden volver a entrar, ¿no?
−Claro que lo saben, Iván. Solo
que más de la mitad son alcohólicos. Estaba claro que no iban a resistir mucho
allí metidos.
−Qué putada...
−Intentamos convencerle entre
todos. Carlos se tiró dos horas debatiendo con él, Bea y yo le suplicamos de
dos mil maneras. Hasta la directora se presentó allí, y ya estaba en casa. Con
decirte que hasta me planteé conseguirle una botella yo misma...
−No puedes hacer eso, Elena.
−Ya lo sé. Es que en momentos así
se te va la cabeza. Salva les lleva tabaco todos los días, se está dejando el
sueldo en cartones, el pobre, y ni siquiera fuma. Pero es que pedirles que
también dejen eso...
−Suerte que tenéis patio...
−Sí, porque esa es otra. Antonio
acaba de salir de una tuberculosis. Imagínatelo. Un hombre que ha vivido en la
calle toda su vida. Anda dando paseos por el recibidor como un tigre en una
jaula. Nos pide tabaco para pasar la ansiedad. ¿Qué hacemos? ¿Le decimos que
no?
−Menuda papeleta.
−Rosi hoy ya estaba medio ida. En
cuanto empieza con sus historias de que su padre está escondido buscándola,
malo. En el desayuno se montó un cirio porque la pobre no hacía más que coger
bollos de pan y metérselos en los bolsillos. Florina se dio cuenta y por poco
la tenemos.
−Si empiezan con los delirios va
a ser un cuadro.
−¿Qué me vas a contar? Habrá que
ir pidiendo ambulancias para que los ingresen en Salud Mental. Pero luego,
cuando los suelten, ¿qué? Pues así todo.
−¿Tenéis ya mascarillas, al
menos?
−La chica de la farmacia se pasó
a llevarnos unas cuantas cajas. Pobre, al final los conoce a todos. Son
clientes, en realidad. Aunque algún palo también le ha dado, no creas. Pili nos
dijo en la reunión que los del Mesón también van a traer. Las hacen ellos, en
casa.
−Al final la gente es buena
−sentenció Iván, siempre optimista.
Esperaron en silencio, mientras
el café terminaba de subir. Iván lo sirvió en las tazas horrorosas que les
había regalado su tía Eugenia. Bebieron sin prisa. A Elena le habría encantado
poder materializarse en la cama, ya limpia de otro día agotador. El cansancio
le metía un frío raro en los huesos, y lo que menos le apetecía era acostarse
otra vez con el pelo mojado. Ni pensar en usar el secador a semejantes horas de
la noche. Se fijó por fin en el dibujo nuevo de la nevera. Un monigote con
pelos de loca y una escandalosa capa roja.
−¿Y eso? −preguntó, divertida.
−Las niñas. Su nueva creación
−respondió Iván−. Se llama: "mamá es una heroína".
Se tragó las lágrimas, que le
formaron una bola inmensa en la garganta.
−Antes llamó mi prima,
preguntando qué tal estábamos todos. Lucía le contó que no nos aburríamos nada,
porque jugábamos, veíamos películas y nos poníamos disfraces. Luego Paula le
dijo que tú tenías que ir a trabajar mucho en ese sitio donde vive la gente sin
casa. Que estabas de "cuarenpena" con ellos.
Soltó una carcajada, sin poder
evitarlo. "Cuarenpena". Sus hijas, siempre tan sabias sin saberlo.
−¿Curras mañana? −inquirió Iván.
−Sí. Pero intentaré volver
pronto, prometido.
−Claro −asintió él, sin dejar de
sonreír.
−Descanso el jueves y el viernes.
−Y no vas a ir, por supuesto...
−No, no, esta vez no, de verdad.
Te lo juro.
Fingió que la creía, como
siempre. A lo mejor no iba, o a lo mejor sí. A lo mejor pasaba cualquier cosa.
Todos los días pasaban cosas en el albergue. Se metió en la ducha mientras Iván
terminaba de recoger la cocina. Debajo del chorro humeante lloró toda la rabia
y la impotencia de un día más, de un día menos. Se puso el pijama, se lavó los
dientes, se echó crema en las manos resecas por el desinfectante y fue a besar
a sus hijas.
-Imagen: La siesta, obra de Manolo Fuster-
-Imagen: La siesta, obra de Manolo Fuster-
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